Cajamarca y el fin del imperio incaico
En la actualidad Cajamarca es la decimoquinta ciudad más poblada del Perú. Un lugar lleno de tesoros que se levanta como un destino turístico perfecto para conocer el origen de otras culturas. En Cajamarca los tesoros son varios, ya sean arquitectónicos o paisajísticos, no obstante, la historia también se asentó en episodios realmente cruciales, pues fue justamente aquí el lugar en el que se detendría a Atahualpa, el decimotercer inca y, a pesar de su descendientes, el último gobernante del imperio incaico.
El episodio en concreto pasaría a llamarse la Captura de Atahualpa o la Batalla de Cajamarca. Un ataque sorpresa (y bastante vil) mediante el cual Francisco Pizarro y sus tropas acabarían con el Imperio Incaico matando a miles de sirvientes inocentes y capturando a su más alto representante.
Los días previos al conflicto final, ambos jefes, tanto Atahualpa como Pizarro, se estudiaban minuciosamente desde la lejanía. El primero había dejado que el segundo y sus tropas entraran en Cajamarca sin mucho problema. De esta forma se había dado cuenta de que eso de “Dioses” no era nada cierto, no obstante, decidió no airear su descubrimiento, quizá para marcarse un tanto tras vencerlos.
Por su parte, Pizarro intentó esconder sus armas de forma que ninguno de los incas pudiera verlas. Pronto llegaría el momento de emplearlas, pero prefería guardar el factor sorpresa, tan importante en este tipo de conflictos.
Tras varios días, Pizarro mandó a Hernando de Soto para que invitara formalmente a Atahualpa para dialogar con él en el pueblo. No quiso dejar nada al azar, pues de cerca le seguiría su propio hermano con algunos hombres por si la cosa se ponía “fea”.
Los españoles quedaron perplejos ante el “poderío” de este pueblo bárbaro. No entendían tanta riqueza, tantas tiendas y tantos hombres. Realmente comenzaron su trabajo con cierto temor.
Tras una petición formal por parte de Soto y algunos comentarios malintencionados y fuera de lugar del hermano de Pizarro, el cual se puso nervioso ante el desprecio del Inca y llego incluso a llamarlo “perro”. Atahualpa accedió a tal encuentro con su jefe, de esta forma, el inca pretendía pedir todo lo que habían tomado durante su estancia en sus tierras.
Así fue como al día siguiente, convencido por los españoles, Atahualpa se presentaría en la plaza de Cajamarca con unos 40.000 sirvientes, aunque a pesar de las indicaciones de los españoles prefirió ir con unos cuantos guerreros, pocos eso sí.
La entrada pacífica del inca en el pueblo fue interrumpida por un fraile que ordenó a Atahualpa que abrazara la religión jurando sobre la biblia. Comenzaría así una disputa sobre fe y religión, que terminaría por impacientar a los hombres de Pizarro que se escondían bajo orden hasta el ataque final.
Finalmente, tras el aviso pertinente, los españoles salieron montados en sus caballos arremetiendo contra todos los sirvientes inocentes y aquellos hombres de armas traídos por el inca. Una verdadera masacre en toda regla.
Atahualpa sería capturado. Éste intentó su liberación prometiendo una habitación llena de oro y dos más de plata. A pesar de que esta recompensa fue pagada, Atahualpa no fue liberado. Su “traición”, si es que la había, sería pagada con la muerte, y no una muerte cualquiera, sería quemado, algo que al inca horrorizaba pues en su religión el cuerpo debía quedar intacto para poder continuar con su vida en el más allá.
Finalmente, quizá por ese miedo al fuego, juró la Biblia. No obstante, de nada sirvió, pues su vida sería finalmente arrebatada muriendo en la horca, en la plaza de Cajamarca el 26 de julio de 1533.
Hoy por hoy, esta ciudad crece a pasos agigantados. No obstante, el recuerdo sigue intacto, pues aquí, en este mismo lugar, se desencadenó un episodio completamente injusto que además sería determinante en el resto de conquistas españolas en esta parte del continente.
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Foto vía: Cajamarca
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