Castel dell’Ovo y la caida del Imperio Romano
Lugares con Historia: Castel dell’Ovo en Nápoles
Es curioso e irónico que el que fuera el último emperador de Roma tuviera el mismo nombre que su fundador: Rómulo Augústulo. Años hacía ya que el gran Imperio Romano languidecía, asediado por los bárbaros tras sus muros, aquéllos que un día levantara Adriano. Los cimientos de un Imperio que se había basado en la contundencia, estrategia y organización de sus temidas legiones, se habían resquebrajado a medida que se firmaba la paz en los distintos territorios y las legiones se dedicaban simplemente a defender lo conquistado. La apatía y el desorden fueron imponiéndose. La economía tampoco era la mejor, y poco a poco, fueron introduciéndose en los ejércitos, soldados germanos que resultaban más rentables pero menos efectivos.
La semilla se había plantado en el mismo corazón de Roma: su ejército. Máxime cuando una desafortunada decisión del emperador romano de Oriente, Valente, le costó la vida a todo su ejército, perdiéndole. Oriente había caido, dejando solo al Imperio Romano de Occidente. Con aquellos gérmenes de un ejército desmoralizado e indisciplinado, se llegó al año 476. Odoacro, caudillo ostrogodo, estaba al frente de la seguridad de Roma. Aquel mismo año, Odoacro se alzó en armas y depuso al emperador, Rómulo Augústulo, al que deportó con una pensión al Castel dell’Ovo, en Nápoles. Las insignias imperiales fueron llevadas a Constantinopla, y con ellas, el Imperio Romano desapareció para siempre en la Historia.
De ese modo, el Castel dell’Ovo, al que hoy le dedicamos este espacio, acogió en sus años finales, al que fuera el último emperador de Roma.
El Castel dell’Ovo (traducido: el castillo del Huevo) lleva ese singular nombre por una leyenda, y es que dicen que en él el poeta Virgilio colocó un huevo en posición vertical dentro de una jaula bajo la cripta principal, prediciendo que el día que el mismo se volcara el castillo sería destruido y Nápoles sufriría grandes desastres.
El que hoy es el Castillo dell’Ovo asienta sus bases sobre la antigua villa romana de Lucius Licinus Lucullus, lugar donde había sido confinado Rómulo Aúgustulo. Fue construido en el año 1128, en la isla de Megaride, en el mismo golfo de Nápoles. Años más tarde, normandos y españoles, durante sus respectiva épocas de posesión de Nápoles, lo remodelaron hasta llegar a como está hoy, una sobria fortaleza de piedra, imponente sobre la bahía, y con una característica villa marinera a sus pies.
La vista desde sus miradores es preciosa, pues abarca toda la línea costera napolitana. El museo que alberga además nos introducirá en toda su fascinante historia y su almenas aún conservan algunos de sus históricos cañones.
Foto 1: napolinternos
Foto 2: protocolodigital
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