Siete años en el Tibet
En 1997 Jean Jaques Annaud adaptó al cine el libro escrito por su propio protagonista Heinrich Harrer, un alpinista austriaco que debido a la guerra se vio obligado a ocultarse en la ciudad santa de Lhasa, allí aprendió la cultura tibetana y llegó a convertirse en tutor del Dalai Lama hasta que la República Popular China invadió el país.
La película nos regala además de tan increíble historia una fotografía excelente en la que podemos contemplar algunos de los paisajes más bellos del globo. El camino de Heinrich pasa por extensas altiplanicies, bosques frondosos y montañas nevadas. El himalaya se muestra en todo su esplendor, podemos casi notar el frío al igual que los personajes.
Uno de los puntos más fuertes del filme es el realismo que destila en lo referente a plasmar la cultura tibetana. Las caravanas de mercaderes, los pequeños pueblos asentados al pie de las montañas, las peregrinaciones de cientos de fieles que caminan a la ciudad santa… Lhasa es cautivadora, y es que el equipo de producción contó con la ayuda del verdadero Heinrich Harrer para ayudar en todo lo necesario. Sus descripciones y apoyo fueron fundamentales para todo este realismo, tanto de las calles de la ciudad como del mítico palacio de Potala.
Y todo ello tiene más mérito del que parece, ya que la mayoría de la cinta fue rodada en Argentina, en los Andes. Cuando China se enteró de la producción no solo prohibió terminantemente el paso a los artistas, sino que declaró a Brad Pitt y David Thewlis personas non gratas en Tíbet. Además amenazó con tomar represalias contra India si su gobierno permitía allí el rodaje. Annaud se las arregló no obstante para enviar un equipo a Tíbet con la excusa de rodar un documental y conseguir las maravillosas imágenes que conocemos. La intolerancia de este país al parecer no ha cambiado mucho desde los años en los que se ambienta la película a la actualidad.
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